sábado, 15 de diciembre de 2012

El otro lado de la historia


Entraron apurados como quien huye de sus fantasmas. Ella empezó a hablar con él, y mientras lo escuchaba, lloraba. Luego, se sentó. A su lado, un joven, de rostro afligido, también esperaba. Él, se sentó al lado de ella, su brazo izquierdo rodeó su espalda. Era de noche, la luz roja iluminaba el cartel que decía: Guardia.

En la madrugada de ayer, Ramón Hernández, médico de guardia del Hospital de Emergencias Clemente Alvarez de Pellegrini 3205, tuvo que afrontar uno de los peores episodios de violencia durante su profesión en dicho lugar, que él mismo protagonista calificó como: “Un hecho que nunca voy a olvidar en mi vida, se me paralizó el corazón, pensé que iba a morir”.

El joven, de pronto levantó la mirada, estaba solo. Revisó el celular, y observó a sus costados, como un niño perdido que busca a su madre en una muchedumbre. El reloj decía que eran las 23.34. Eso que buscaba no lo encontró y entonces volvió a agachar su cabeza y a cerrar sus ojos.

Los sucesos comenzaron el miércoles a las 2 de la madrugada, cuando ingresó a la guardia  un herido de bala producto de una riña callejera. El herido  fue traído a la guardia del hospital por sus familiares,  quienes exigían al personal rápida atención en un tono violento y agresivo. En el hospital, se les explicó que la atención de los accidentados y heridos siguen distintos protocolos preestablecidos según la gravedad del caso.

Ella, luego de llorar se quedó dormida. Minutos después, el médico se acercó hasta él y comenzaron a hablar. El joven levantó la cabeza, esperaba encontrar palabras por parte del médico. Al terminar de hablar con él, se alejó con su guardapolvo blanco y una carpeta en su mano. Él, miro al joven, tenía los ojos llorosos y durante esos segundos el muchacho pareció entender su pena. Ella, dormía.

Ramón, médico de guardia a cargo de dicho paciente, fue el primero en contener a la familia y explicarles que el paciente presentaba una herida de bala muy grave, además, les informó que lo habían llevado para hacerle los estudios pertinentes del caso para determinar el daño producido, y que se le estaban practicando todos los métodos de primeros auxilios necesarios.

Cuando ella despertó, él dormía apoyado sobre sus hombres. El joven a su lado la miró de repente y le sonrió. Ella le devolvió el gesto y luego miró el reloj, eran las 2.54. A su alrededor, las demás familias dormían. Se levantó despacio para no despertarlo a él y camino hacia la recepción de la guardia. El joven la siguió con su mirada, hasta acercarse al mostrador. Minutos después volvería el médico de guardapolvo blanco, con su carpeta en la mano. Se acercó, habló con ella, quien se desplomó luego de escucharlo.

A medida que transcurrían las horas,el estado del paciente se complicó, y a las 4 de la madrugada sufrió un paro cardio-respiratorio del que salió temporalmente.Ramón, al informarle a la familia que la situación del paciente era crítica, uno de sus familiares, comenzó a vertirle improperios a dicho médico, quien con calma trataba de contener al agresor, pero las palabras fueron en vano, el joven parecía enfurecido y bajo los efectos de alguna sustancia, quien comenzó a pegarle al profesional.

Cuando despertó, él estaba frente a ella. Se miraron sin decir palabras. El joven a su lado los miró. Sentía la angustia detrás del silencio. Él, volvió a sentarse junto a ella, posó su mano sobre su pierna derecha, transmitiéndole calma. Ella apoyó su mano sobre la de él. El joven los miraba.

Durante los hechos violentos, el agresor junto con otros familiares, tiraron al piso a Hernández, y le comenzaron a pegar patadas y golpes en su cuerpo, pero,por la rápida ayuda de sus compañeros de trabajo, Ramón pudo salir  de la situación sin recibir heridas de grave consideración.

El joven, que había permanecido sentado desde la llegada de ellos, repentinamente se levantó y empezó a caminar y luego a saltar frente a ellos, que lo miraban, extrañándose de la actitud del muchacho. Salto, corrió y camino. Él no podía dejar de mirarlo. Le asombraba lo que el joven había hecho. No era lógico, sin embargo no le dijo nada. Solo lo miro. Luego, el joven se volvió a sentar al lado de ella, estaba cansado, agacho su cabeza, cerró sus ojos y se durmió.

Poco tiempo después, se presentó la seguridad del hospital en la guardia y se pudo contener a los agresores. Más tarde, a las 7 de la mañana el paciente tubo otro paro cardio - respiratorio del que no pudo salir, por lo que se produjo el deceso de Pablo Ramírez, que según los estudios realizados, la bala le había dañado gravemente el vaso.

5.45. El médico de guardapolvo blanco se acercó. Ella se paró despacio para no despertar al joven. Entonces, el médico empezó a hablar. Ella respiró profundo, apretó fuerte la mano de él. Ambos se contenían. Después, una vez más el señor de guardapolvo blanco se alejó. Ella, miro hacia atrás, el joven ya no estaba. Lo buscó como una madre que busca a su hijo en una muchedumbre. Pero no lo encontró.

El hospital Clemente Alvarez, es un centro de emergencias y trauma de alta complejidad, con capacidad de resolución de cuadros traumáticos y no traumáticos y de patologías agudas clínico-quirúrgicas, por lo que la afluencia de pacientes con severos traumatismos y heridas es constante, por lo que el médico damnificado aseveró que no se cuenta con personal de vigilancia capacitado para contener dichas situaciones que tienen que ver con el dolor emocional y físico. También, agregó que estas circunstancias alteran aún más a las personas que a veces llegan alcoholizadas o drogadas a la institución, ya que con frecuencia terminan en golpizas al personal y malos tratos.

Horas después, las sillas vacías, dónde tiempo atrás habían estado él y ella, y a su lado el joven desconocido, volvieron a ser ocupadas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario